Por: Ángel Hernández Arreola
Las voces de la poesía se inquietan. Un pueblo entre las montañas recibe palabras que dicen, provocan acción, belleza y sentido, se unen para dar un manifiesto vivo contra la violencia que sacude la tinta del hombre y su pluma.
Los santos días de la poesía aperturan entonces, un espacio de reflexión frente a las latitudes de sus exponentes y el contexto que nos ubica siempre dentro de un mismo mapa geográfico: el del lenguaje. El del lenguaje como nuestra empuñadura de fe.
Estos días arrancan la poesía escrita para echarla a andar sobre los muros, las calles, los automóviles, los postes de alumbrado público, los parques públicos, los besos y las cantinas, en el rumbo de ida y vuelta del transeúnte de un pueblo que nos habita en el interior y que echa abajo su frontera, para extenderse y entenderse como la libertad expedicionaria en la diversidad del verso.
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