
Arturo Castillo Alva
Como las mujeres tardan mucho en el baño, y más cuando van en bola, emprendemos el camino hacia el sitio donde habrá de inaugurarse el encuentro, distante unos trescientos metros, Alejandro Ramírez, Rosales Lugo, Ramiro Rodríguez, Carlos Acosta y yo. El paisaje inmediato es muy verde en contraste con la gris e imponente Sierra Madre que rodea la pequeña planicie, porque estamos en la inmediaciones del nacimiento del río Guayalejo. Podría apuntar que esto es bello, pero los paisajes hace años dejaron de conmover mi sensibilidad de porteño sedentario.
En un pequeño descampado está nuestra meta: “El Abuelo”, supuestamente el nogal más antiguo de Tamaulipas; si no lo es al menos lo parece, con su rugoso tronco, sus ramas enormes que tocan el suelo y vuelven a elevarse. Ahí está un tocón que habrá de servir de podium, y Víctor Hugo se afana con cables y micrófono. Hace rato comimos, son casi las tres de la tarde y me amodorro en la espera cambiando frases sueltas con los otros. Luego llega el resto de los participantes. Celeste Alba Iris, organizadora del encuentro “Los santos días de la poesía”, se acerca al micrófono para contar el origen de esta idea, su apresurada puesta en marcha… El follaje de los árboles permanece inmóvil; Celeste da la bienvenida.
No recuerdo cuánto duró aquel taller de las mañanas de los sábados que luego pasó a los imposibles domingos ni cuánto tiempo Celeste asistió a él, pero sí que la primera impresión que me dio en aquellos tempranos días de su juventud, fue la de una muchacha mimada y sensible. Celeste parecía frágil pero no lo era, sus primero versos, en cambio, sí que lo eran pero poseían además una extraña sintaxis que llamó mi atención. Yo rondaría entonces los cuarenta y fue la segunda ocasión que entré en contacto con una persona que quería ser escritora y pertenecía a una generación que nos venía detrás. Y me interesó. (Coordiné talleres literarios alrededor de ocho años, en sitios diversos, y en tanto tiempo sólo encontré cuatro jóvenes que tenían verdaderas posibilidades para desarrollarse como escritores, y los enumero por orden cronológico: Oscar Martínez Vélez, Celeste, Alejandro Ramírez Estudillo y Antonio Rosales Ibarra. Veinte años después, o casi, los tres primeros persisten, mientras que Antonio se inclinó por el video).
. Como dije, la cabaña que me asignaron está al final lo que, aunado a su floreciente jardín entre andadores, permite que pueda sentarme en la mecedora de mimbre del pequeño corredor con casi total privacidad y posibilidades de observar el movimiento. Eso hago porque no pude dormir. Recuerdo que Celeste me llamó a Tampico allá por el mes de febrero para comunicarme la idea de realizar un encuentro de escritores independiente, ya era tarde y yo iba por mi segundo whisky. La idea había surgido en una charla con otras personas evocando los encuentros de “Letras del estío” patrocinados por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes hace más de diez años; los últimos que se realizaron en el estado. Yo escuché a Celeste con escepticismo. Un encuentro donde cada participante pagara su hospedaje y comida me parecía poco viable. Pero Celeste estaba entusiasmada y estuvo hablando un largo rato del asunto; al final, me hizo prometer que asistiría.
Hay movimiento en el patio; allá anda Víctor Hugo arreglando el siguiente escenario. Cae la tarde, me levanto de la mecedora y voy a su encuentro y en busca de un primer whisky. Con él en la mano, me entretengo mirando a Hugo y sus ayudantes montar un proyector e intercambiando bromas, frases perdidas. Luego se reanuda la segunda sesión. Pero tengo ganas de platicar con Hugo, así que nos sentamos en una banca de la plazoleta a tomar nuestros tragos y charlar mientras aquella transcurre. Me pierdo la intervención de Marisol presentando “Anábasis”, su revista; alguna vez platicaré con ella para que me cuente. A lo lejos escucho a Alejandro Ramírez hablando de la antología en cd que lo incluye. Ya es la noche. Al rato cenaremos, luego vendrá la fogata que no se antoja mucho porque frío no hace. Durante la cena, Celeste está exultante con su blusa azul: el encuentro superó sus expectativas, correspondió a su empeño. Sonríe a todo mundo.
l efecto están dispuestos en círculo. (Si esta noche estuviera aquí Vicente Fox sería una tentación irresistible lanzarlo al fuego, pienso sin que venga al caso). Se traen sillas de plástico y las visitas a las hieleras con cerveza y alcohol se desinhiben. Víctor Hugo termina de acomodar el micrófono bajo una lámpara y dan inicio las lecturas previstas. En la pasada lectura, Carlos Acosta conmovió y sorprendió con los poemas de su libro “Marotas” y ello me hace sentir secretamente orgulloso ¿…porque es mi amigo y pertenecemos a la misma generación? Alejandro Ramírez abre la primera botella de tequila de las dos que vino cargando desde Tampico, muy satisfecho luego de decir, de memoria, un par de textos de su poemario publicado en los noventa.
Una cosa que me gusta de Celeste es que llegado el momento se comprometió con una parte de su vida que como mujer le interesaba –tener un hogar, un marido, un empleo, unas hijas-, y nunca cambió esa parte esencial por la frivolidad de actuarse artista; ni siquiera se disfrazó de poeta los fines de semana para asistir al evento cultural de moda. Supo, con sacrificio, con sufrimiento acaso, poner a salvo ambas partes de su vida. No digo que sea la única pero sí de las pocas. A cambio, el intenso trabajo creativo que desarrolló en las dos últimas décadas no ha tenido la difusión que merecía.
a semi-ebrio; la hoguera es rencoroso rescoldo, la madrugada agradable, Alejandro Ramírez habla hasta por los codos sin soltar su tequila. Un grupo de muchachas, más allá, nos ignora. La noche entre la sierra acunará su vigilia hasta las seis de la mañana, pero son jóvenes.
La mañana del domingo amanece tarde para los participantes de “Los santos días de la poesía”; el alcohol es vengativo, ni modo. En el sillón de mi cabaña espero hasta que Acosta surge, con Ramiro, de la cabaña vecina; me muero de hambre, extraño a Olivia. En el restaurante Celeste está feliz: pese al retraso hay tiempo suficiente para la última reunión, la comida, la ceremonia del adiós. Es el resultado de un magnífico trabajo de organización que desplegó Celeste a lo largo de dos meses; es el producto de su empecinamiento, de su talento y su generosidad. Y de la presencia de Hugo. Víctor Hugo, que en estas treintaitantas horas ha sido un apoyo incansable y silencioso.
Por lo pronto, de sus ganas, Celeste y quienes el llamado atendieron, han creado este espacio –pequeño o provisional o con futuro-, que ni siquiera pide alarde porque satisface en su sencillez, y esta mañana de domingo los rostros de Celeste y Hugo, de todos, lo revelan. Mientras tanto, el director de la cultura estatal lanza a la basura la invitación que se le hizo, en nuestros nombres, para acompañarnos en la inauguración el evento. Y los primeros envidiosos surgen húmedos de bajo las piedras.
ASÍ LLEGÓ EL BUZÓN:
ResponderEliminar¿ESTE CORREO LO MANDA ARTURO...CELESTE... O ALGUIEN MAS?...
EL CASO ES QUE ME ACERCA A GENTE QUE APRECIO MUCHO...
GRACIAS POR ENVIARLO...
PARA ARTURO...CELESTE...VICTOR HUGO...Y SUS PRINCESAS...MIS MEJORES DESEOS...QUE DIOS LOS SIGA LLENANDO DE BENDICIONES...UN FUERTE ABRAZO...
Cesar Augusto Baez Diaz
ASÍ LLEGÓ AL BUZÓN:
ResponderEliminarMemorable reunión, querida Celeste.
Recibe un abrazo fraterno y mi deseo es que Los santos días de la poesía se hagan nuevamente. María Belmonte.
P.D. Sabes que cuentas conmigo para su difusión.
--- El mié 30-dic-09,