Cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.
Las mil y una noches
La virgen Artemis o la ninfa Calipso; la fiel Penelopea que aguarda incondicionalmente a su marido o la Cirse que transforma a los hombres en Cerdos. ¿Acaso no pueden todas las mujeres, diosas y mortales, reinas y plebeyas, virtuosas y maléficas, estar contenidas en un solo rostro? Ser cualquiera de nosotras que toma la palabra un día, para decir soy mujer y respiro. Soy mujer y escribo poemas. Soy mujer y me desangro para dar vida.
Lo femenino trasgrede. Es lo abierto, diría Paz. Lo que “se raja”, según la concepción machista de muchos mexicanos.
Digamos también que lo femenino es lo que renace. La tierra fértil y la mar donde se esparcen las cenizas del tiempo. Sus símbolos despiertan deseo, temor o reverencia. Eva nos arrojó a la oscuridad del mundo en el que brotan todas las calamidades (las que también habrá de liberar Pandora, y por el mismo conducto: la desobediencia). La mujer emerge de los siglos entre las huellas de Helena, desatadora de guerras, y las de Schahrazada, encantadora de sultanes. Esta última encarna a la fémina inteligente que forja brillantes gemas y hace germinar jardines con el poder de la palabra.
Morir es también una elección. Abrir la puerta del horno y cocinar la cabeza. Tomar un trabajo, criar hijos, ir al cine los domingos. Escribir mientras un gato nos araña la espalda y un niño llora.
El siglo XXI parece un buen momento para hablar de las mujeres que escriben. Las que han escrito antes. Las que mueren y reviven en la Letra. En Tamaulipas hay mujeres que escriben, y su voz, a veces oculta en urnas de barro, ha de resurgir en el fuego de otras voces si estamos dispuestos a escucharla. Aquí el cometido de Los Santos Días de la Poesía 2011: La reinterpretación de la mujer poeta y de la simbología femenina. La escritura o el silencio. La elección.
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