sábado, 1 de agosto de 2009

El lugar más común de todos. Vagabundeo sobre el quehacer poético










Marisol Vera

Tal vez las palabras sean lo único que existe

en el enorme vacío de los siglos

que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Alejandra Pizarnik

El silencio sólo tiembla más allá de las estrellas.

Si lo escucháramos

ni siquiera podríamos soportar su sombra.

Silvia Pratt

I

¿Y qué lugar no es común? Después de la primera palabra ya todo es retorno, memoria, reverberación. ¿No vuelve nuestra sed a la moldura exacta de su grito en la garganta de los nombres? ¿No aviva nuestra carne sus ecos milenarios en la nota que rompió el Silencio del Cosmos?

La Literatura es una búsqueda.

¿Dónde nace lo opuesto, lo diferente, lo extraordinario? El alba nos ofrece la posibilidad de convertirnos en otros, de multiplicarnos, de sernos extraños, mas a lo largo del día responderemos al único nombre conocido, el que hemos traído a cuestas desde hace veinte o treinta o sesenta años: afuera de ese nombre, de sus fonemas precisos, de la curvatura de sus vocales, se extiende una neblina difusa y opaca. Lo velado. Lo ajeno. Habitamos este abismo azogado. No hallaremos otro sitio a donde ir. El nombre nos encuadra, nos hace alguien, nos protege del vacío. En lo profundo de nuestro ego nos creemos especiales –si el Yo no se creyera especial se derrumbaría como una torre de arena. ¿Pero qué hay más común que uno mismo?

El escritor y el lector se encuentran mutuamente en la página para reinventarse. La fascinación de ser. El Universo vuelve a comenzar: se expande.

La literatura es, por definición, asombrosa. Y sólo produce asombro lo inesperado. Lo común es lo previsible, lo que ya conocemos porque ha sucedido antes. ¿Cómo logra renovarse la tarea del escritor si, ya, los primeros hombres le cantaron a la vida, al amor y a la muerte?

El lenguaje es la respuesta. El lenguaje y sus alcances poéticos. Sean alemanas, otomíes o chinas, las palabras van vestidas con las ropas del entendimiento humano, la música del mundo. Nuestra pluma, por intrincados que sean sus caminos, llega irremediablemente a un lugar común. Pero lo común, cuando es tocado por la Poesía, adquiere una luz milagrosa: la calle angosta y rutinaria que recorremos al amanecer –sus grietas, manchas y abolladuras– se nos revela como una senda infinita, multicolor; el escueto árbol que habíamos visto una y otra vez ondear junto a la ventana se torna, de pronto, un chamán misterioso, antiguo, sabio.

¿No levanta su marea, en cada uno de nosotros, el océano del tiempo?... El espejo, riguroso artesano, añade cada día un ángulo en el rostro, una diminuta variación en la voz, una imperceptible onda en la sustancia de los pensamientos. Como en lo fugaz –la impermanencia de los instantes– va contenido el germen de la eternidad, así el retorno se convierte en avanzada y lo común es siempre una puerta, un comienzo, un mar de posibilidades.

II

Menciona Alejandra Pizarnik, en un reportaje publicado por la revista Sur en 1970, que la poesía no es una carrera sino un destino. Casi cuarenta años después el quehacer literario ha tomado un rumbo menos romántico. En su afán de sobrevivir, el Arte arrima su pesada garganta a los abrevaderos de la globalización. ¿Será inevitable que se convierta en un objeto de consumo? El lector promedio de nuestros días busca libros que se beban rápido, como un refresco de cola, aunque no nutran, ni calmen la sed. Por mi parte sigo creyendo en la Poesía como destino, quizá porque en medio de la vorágine informativa del siglo, de su arduo golpeteo de imágenes, soy lo suficientemente pobre para quedarme a solas con el espejo y las letras (en una ocasión oí decir a cierta dama rica que sólo los pobres se vuelven escritores porque, como no les alcanza el dinero para ir al cine o a cenar, no tienen más remedio que quedarse en casa a leer).

¿Por qué Natura habría configurado destinos individuales en medio de una humanidad que, en conjunto, parece no tener sentido? Me inclino a creer que es una consecuencia lógica del Cosmos –el orden. No logro de otra manera explicarme la sincronicidad de los eventos que me han traído hasta aquí. La mujer que soy. Millones de átomos –cada uno de sus electrones, cada diminuto quark y su invisible sacudida– con minuciosa paciencia han formado nubes estelares, galaxias, planetas, montañas y seres humanos. ¿Por qué no obedecería mi vida psíquica y espiritual a este gran concierto armónico? ¿No es natural ver en todo hombre o mujer a una célula ordenada de la titánica Inteligencia que rige el Universo? Se trata de una cuestión matemática. No por ello tenemos la esperanza de la inmortalidad –¿para qué?

El monstruoso intelecto que moldea galaxias, tigres y semillas de sésamo, deja entrever su perpetua cartografía a través de la visión poética.

La Poesía me ha demostrado su existencia, ¿le habré probado yo la mía?

Nada más natural para Baudelaire que admitir en su oficio literario la presencia de la fatalidad: la negra, el signo misterioso dibujado en la frente de los poetas. Él y Poe han sido elegidos por el Hado para cumplir una tarea superior en el mundo. Son los tiempos en que el artista brinda en la penumbra con el Demonio, se deja llevar en el aire por súcubos de lumbrosa cabellera, recorre fantasmagóricos paisajes a los que jamás abandona la oscuridad. Los símbolos palpitan con fuerza. El silencio arde, lleno de significados. El poeta poseído, transmutador de la materia, será dueño de un siglo más: Huidobro y su autoproclamación como un pequeño dios, la escritura automática de los surrealistas, los beatniks y su ponche de alucinaciones…

¿En qué momento la llama de los símbolos comienza a languidecer hasta dejar un pabilo seco sobre la Historia de Occidente? El poeta pasa de ser un iluminado a un burócrata, una pieza en serie de la inmensa maquiladora de cerebros. En la era moderna, dice Jung, “el intelecto se apoderó del trono que antes ocupaba el espíritu”. ¿Y no es ahora, en los filos de la posmodernidad, la enajenación quien ha dado un golpe de estado a la Inteligencia?

Me interesa, especialmente, la situación histórica del arte en México: en su carácter de pueblo mestizo, con alrededor de 75 lenguas indígenas y numerosas expresiones culturales, ofrece a la Poesía un horizonte plural. Lo que se escribe en ciudades como el Distrito Federal o Guadalajara muy poco tiene que ver con la literatura de las comunidades rurales y semiurbanizadas. En 2006, en el seno de una velada literaria de Tantoyuca, Veracruz, escuché a un poeta nahua decir poemas cargados de profundo simbolismo: Dios, la Tierra, la fertilidad. Hacía un par de meses había oído a un escritor de Monterrey hablar, sin rastro de pasión, acerca de una salchicha dorándose en una parrilla eléctrica, dentro de un oxxo. Dos visiones de la realidad, o debiera decir dos realidades que cohabitan en un mismo tiempo, en el marco de la nación mexicana. Nuestra herida, vejada, sangrante nación mexicana.

Los antiguos poetas del Anáhuac edifican su poesía, flor y canto, en el afán de acercarse a la divinidad. Poesía gráfica. Pinturas que hablan. La Conquista destruye los templos, el modus vivendi, las bibliotecas, el mundo completo de estos cantores. Mas, por debajo de la nueva palabra, del nuevo Dios y de sus dogmas, subyacen los viejos ritos y sus símbolos. Advierte Miguel León-Portilla en su introducción a Quince poetas del mundo náhuatl: “la espiritualidad mesoamericana está lejos de haber muerto”.

En plena era tecnológica he visto palpitar sociedades simbólicas que no sólo están al margen de lo posmoderno: ni siquiera se ha instalado en ellas la modernidad. Mis días fluyen entre el norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas. Mi niñez, anclada en el verde lomerío de Tantoyuca, fue permeada por los usos y costumbres de la cultura tének y la espiritualidad nahua del cercano municipio de Chicontepec. Desde hace doce años me muevo en Tampico, frontera entre la fértil región huasteca –el tének bíchou de sus primeros pobladores– y la zona norte de México. Con frecuencia observo en los artistas veracruzanos, en relación a los tamaulipecos, una identidad más unida a la Tierra, un peso mayor de los ecos ancestrales, ¿una renovación de la conciencia antigua o una negación de lo moderno?

En todo caso, hay en el vasto país huasteco una tensión entre las raíces históricas y el Individuo, entre la herencia de nuestras culturas originales y la occidentalización. Mi tarea personalísima es conjugar estas pulsiones en la Letra: lo comunitario y lo individual; lo perenne y lo efímero; lo arcaico y lo contemporáneo; lo mágico y lo racional.

El destino es una disposición genética, mental y espiritual, estrechamente relacionada con nuestro nivel evolutivo, que se nos revela como intuición o presentimiento. Vuelvo a citar a Jung: “Uno tiene el sentido de lo que debería y de lo que podría ser. Volver la espalda a ese presentimiento significa extravío, error, enfermedad”.

Buscar lo poético a través de la escritura implica un acto de fe. Nada nos garantiza a dónde habremos de llegar una vez embarcados en la página. Es posible que, pese al derroche de recursos retóricos, no logremos el anhelado encuentro. La búsqueda es, ya, una recompensa: nos reafirma, nos provee de significado, nos da sustancia.

III

Señala Octavio Paz: “El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje. Por la palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo”. ¿Comienzan a existir los objetos al momento de nombrarlos? ¿Seríamos igualmente nosotros, lejos del otro que nos pronuncia?

El poema es la expresión más alta de la palabra. Un cauce adonde la Poesía deja ir sus aguas infinitas. Cada navegante en el fluir de las letras hallará su propio rostro multiplicado. Escila y Caribdis acechan en la oscuridad el movimiento de las naves. El verso final destella en el horizonte. ¿Alcanzaremos tierra firme?

El poema es una búsqueda perpetua, insaciable, voraz. Un retorno.

El océano.

Ítaca.

En las profundidades del verso, entre los remolinos del silencio y la tinta, el pensamiento puede, libremente, vagabundear. Ir y venir a su antojo sin el grillete de la razón. ¿A qué tipo de revelaciones nos acerca este viaje?

La visión poética nos ha dado, antes que la ciencia física, la certeza de mundos paralelos, universos poblados de fantasmas, escenarios donde la materia se desdobla, el sonido se derrite, la luz no escapa de sí misma.

Descubrimos que la Realidad es una suerte de gato de Schrödinger. ¿Quién de nosotros abrirá la caja?

“En la teoría cuántica –menciona Hawking–, todo lo que no está realmente vedado puede suceder y sucederá”. En la Poesía no hay nada prohibido: en el terreno poético todo ocurre.

Desde el pasado siglo el principal instrumento de la Ciencia no es, ya, una extraordinaria habilidad matemática, sino una gran imaginación, la capacidad de concebir el tiempo, el espacio y la materia con creatividad. Diríase de forma artística. ¿Y cuál es el bien mayor de los escritores sino un portentoso aparato imaginativo?

¿Es posible al escritor hacer predicciones igual que al científico? En una sociedad regida por la ortodoxia, ¿no prefigura sor Juana, a través de Primero sueño, el espíritu de la modernidad, la dolorosa caída en el Yo? ¿No adelanta Kafka, en su obra, el sentimiento de horror que vendrá con el Holocausto, el vértigo ante el absurdo de una época terrible? ¿No describe Bradbury, en Fahrenheit 451, la enajenación de nuestro siglo, el desprecio por la actividad intelectual en pro del espectáculo televisivo? En todos estos casos es la visión poética la que acude al templo de Apolo en busca del oráculo.

Saint-John Perse ha dicho: “En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, ‘poética’, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para la empresa del sabio y para la del poeta”. El científico es racionalidad; el poeta, intuición. El territorio al que ambos llegan, el conocimiento.

La Poesía está viva. Existe. Es por derecho propio. Si bien el poema puede contenerla como una casa, ella elige instintivamente sus habitaciones. El poeta es el afortunado constructor de puentes entre el halo poético y la Palabra. Cuando los lenguajes se hayan gastado y la máquina del mundo absorba la sensibilidad humana, cuando no queden huellas táctiles en los espejos ni fuego en los amaneceres, la Poesía construirá su nido lejos del monstruoso aparato, a donde nadie la perturbe, en el Silencio original.

IV

Desde que imaginé la frase que abriría estas páginas hasta que pude teclearla en mi computadora, el tiempo trazó en mi reloj, al ritmo de un compás, un ángulo de 90 grados. Dejé la idea sazonar en mis neuronas mientras deslizaba la mano jabonosa en el cuerpo tibio de mi pequeño hijo y, luego, al freír un trozo de carne en la sartén –cuando se vive a tientas, acompañada de un bebé de quince meses, éstos son los mejores lapsos para filosofar. Han transcurrido ahora seis días. Se aproxima el punto final de mi ensayo. Y me descubro rutinaria, típica, normal –a fuerza de extravagancias uno acaba siendo predecible. Me palpo, me muerdo, me rasguño. Arranco desesperada las capas de realidad y debajo de mi piel estoy yo, desnuda, mirándome con sorna, ¿a quién esperabas encontrar?

¡Ah!, es una treta. Exclama mi vanidoso razonamiento: al saber que soy ordinaria estoy por encima de lo ordinario.

En esencia comparto una misma naturaleza con los manzanos, las garrapatas, las estrellas, los peces, los guijarros y los cometas. Todos hemos brotado de una sola raíz y nos dirigimos minuto a minuto al insondable piélago del Silencio. Claro, este argumento sirve, también, para considerarme singular: ¿no es notable que una larguísima cadena de circunstancias, en la vastedad del Universo, haya culminado precisamente en la mujer que ahora está cavilando acerca de ello?

Lo que pienso y escribo parte desde mí y retorna hacia mí. No podría ser de otra manera. El lugar más común al que siempre vuelvo soy yo misma.

Tampico, Tamaulipas, abril de 2009

Bibliografía

Alejandra Pizarnik. Prosa completa. Lumen, Palabra en el tiempo. Barcelona. 2002. 319 pp.

Miguel León-Portilla. Quince poetas del mundo náhuatl. México, D.F. 2003. 339 pp.

Octavio Paz. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica. Lengua y estudios literarios. México, D.F. 2003. 307 pp.

Saint-John Perse. Lluvias Pájaros. Leviatán. Buenos Aires, Argentina. 1997. 78 pp.

Silvia Pratt. Isla de luz. conaculta. Práctica mortal. México, D.F. 2004. 77 pp.

Stephen Hawking. Agujeros negros y pequeños universos. Planeta. México, D.F. 2004. 191 pp.


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