Por: Carlos Acosta.
Tulipanes y Lloviznando estamos aquí, para decir los versos que alguna vez, en
la puerta del insomnio, a golpes de nudillos, se anunciaron; para sentarnos en
medio de la noche y hacer válido el invierno sólo con el acto anónimo, íntimo y
fugaz, de leer , en voz alta, algunos poemas.
Tulipanes y Lloviznando pronunciamos la palabra adiós, a sabiendas que uno,
mientras vive,... siempre se está yendo; convencidos que la palabra volver
debería expatriarse del habla cotidiana y así, después de algún tiempo, huiría
de los diccionarios.
Porque Tulipanes y Lloviznando, parecemos los únicos crédulos entre lo
ensordecedor de la vorágine de un tiempo en donde la duda prevalece incluso en
los astros, quienes no saben en qué momento saldrán de sus órbitas, se perderán
en la nada; en donde la única certeza, es que nos dirigimos ineludiblemente al
abismo; donde los ojos se pierden cuando buscan algo que ni siquiera ellos
saben.
Y es que Tulipanes y Lloviznando, aunque sabemos, que las heridas son
incurables, hay noches, como ésta, en que pareciera que lo hemos olvidado;
conscientes que debemos la vida al cielo y a la tierra, no olvidamos que un
día, hoy o mañana, así, de manera simple, como el polen es llevado por el
viento, a ellos nos entregaremos; y a pesar de que sentimos que el irse es
abandono, deshacerse, todavía, por momentos detenemos el paso y bendecimos la
vereda donde, como sin querer hacerlo, vamos dejando efímeras huellas.
Para que Tulipanes y Lloviznando pudiéramos encontrarnos, aquí, esta noche,
debieron suceder algunas nimiedades, pero, por cierto, nimiedades únicas: un
frío amanecer de albores sosegados, un viaje de dos horas por tierra, en
autobús; una princesa quetzal muy temprano en el oriente; la incertidumbre y el
miedo; tomarnos un café y mientras lo hacemos, mirar y leer un libro; una
llamada telefónica, antenoche, de más de dos horas; un atisbo de incendio fuera
de tu casa; un mirar de pie, en silencio, y sólo hasta el final poder
saludarnos; un llegar a la casa entrañable, céntrica, y abrazar y abrazarnos y
andar todos de prisa y decir: lo que soy, en realidad, es activista el poema.
Tulipanes y Lloviznando somos una pregunta, un ¿cómo se escribe un libro?; una
voz que dice: tú no eres común, y tratar de responder, con palabras no con
lágrimas, soy como tú, hermano, apenas un ciego a tientas en aras de lo
imposible. Y saber que, tal vez, hay algo de verdad en las palabras tuyas, en
las mías.
Porque Tulipanes y Lloviznando, somos una tribu milenaria, juntos, cercanos, en
las buenas y en las malas, dos o tres cervezas, vino tinto y ¡cuánto te
quiero!; algo así como estas letras que ahora, en el alba del domingo, como la
neblina que, allá afuera, invade todo, caen, desde la respiración hasta el
cuaderno.
Y es que Tulipanes y Lloviznando, ya lo dije, pero nada me cuesta repetirlo las
veces que fuera necesario, nacimos, entre otras cosas, para buscarnos,
indagarnos, aún a sabiendas que nunca nos encontraremos.
Columna publicada en el Eco del Mante, Lunes 21 de Enero del 2013.
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