Collage de Roberto GonzálezRealizado para Tampico Cultural
Por una epopeya de nuestros días
Marisol Vera
Gilgamesh, Hércules o el Cid Campeador, la idea del héroe es tan antigua como la necesidad humana de creer en los ideales. Nosotros, dentro de los cánones históricos de México, hallamos un séquito de figuras como Miguel Hidalgo o Pancho Villa, que nos han dado, tradicionalmente, un sentido de identidad, raíz y permanencia en la Tierra.
Desde la civilización originaria mesoamericana, pasando por los relatos de la Nueva España, hasta la nación que se ha ido construyendo –y rehaciendo– a partir de la Guerra de Independencia, en 1810, la nuestra ha sido una sociedad simbólica donde lo antiguo se mezcla con lo contemporáneo. El nuevo siglo cuestiona los paradigmas. Las circunstancias a las que nos enfrentamos diariamente nos mueven a revalorar los conceptos de patria y de identidad nacional. Por una parte, la Era de la Información, con su arrollador avance de ciencia y tecnología, nos revela un mundo que optimistamente busca romper todas las fronteras; por otro lado, el panorama que va de la violencia doméstica a la corrupción de los organismos que debieran protegernos, ha descorazonado al pueblo mexicano y ha desgastado sus símbolos.
La pulsión humana por asirse al Ideal está tomado nuevos rumbos. Los hombres y mujeres del pasado, sus anhelos de libertad y sus contiendas hoy son vistos, por las nuevas generaciones, desde una perspectiva a veces lúdica, desencantada o mordaz. Lo positivo de esto es que estamos en un punto de viraje o de cambio. La solemnidad va quedando atrás para dar paso a una valoración más crítica de nuestra Historia y a una comprensión más profunda de los nombres que la sustentan.
En el diario acontecer, en los actos más pequeños, se devela también una epopeya: la nuestra, personal, privada. Finalmente nadie está exento de tener héroes en su vida y de realizar grandes batallas. Éste es uno de los objetivos de la literatura de nuestros días: abordar la realidad desde una épica contemporánea.
Desde la civilización originaria mesoamericana, pasando por los relatos de la Nueva España, hasta la nación que se ha ido construyendo –y rehaciendo– a partir de la Guerra de Independencia, en 1810, la nuestra ha sido una sociedad simbólica donde lo antiguo se mezcla con lo contemporáneo. El nuevo siglo cuestiona los paradigmas. Las circunstancias a las que nos enfrentamos diariamente nos mueven a revalorar los conceptos de patria y de identidad nacional. Por una parte, la Era de la Información, con su arrollador avance de ciencia y tecnología, nos revela un mundo que optimistamente busca romper todas las fronteras; por otro lado, el panorama que va de la violencia doméstica a la corrupción de los organismos que debieran protegernos, ha descorazonado al pueblo mexicano y ha desgastado sus símbolos.
La pulsión humana por asirse al Ideal está tomado nuevos rumbos. Los hombres y mujeres del pasado, sus anhelos de libertad y sus contiendas hoy son vistos, por las nuevas generaciones, desde una perspectiva a veces lúdica, desencantada o mordaz. Lo positivo de esto es que estamos en un punto de viraje o de cambio. La solemnidad va quedando atrás para dar paso a una valoración más crítica de nuestra Historia y a una comprensión más profunda de los nombres que la sustentan.
En el diario acontecer, en los actos más pequeños, se devela también una epopeya: la nuestra, personal, privada. Finalmente nadie está exento de tener héroes en su vida y de realizar grandes batallas. Éste es uno de los objetivos de la literatura de nuestros días: abordar la realidad desde una épica contemporánea.
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